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miércoles, 1 de febrero de 2012

¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo totalmente nuevo?


Una pregunta sencilla que se vuelve más difícil de responder conforme nuestra vida avanza. En nuestra sociedad concebimos como la etapa de aprendizaje aquella que inicia en la niñez y termina en la juventud temprana, idea que se ve reflejada en el sistema de aprendizaje escolarizado, que normalmente termina en la juventud temprana. Luego mientras nuestra vida adulta avanza, la cantidad de  experiencias y de conocimientos nuevos que adquirimos disminuye, así como nuestra creatividad, o por lo menos esa es la idea que tenemos la mayoría. Frecuentemente se menciona la maravillosa capacidad creativa de los niños, lo rápido que aprenden. El comentario de moda es que ahora ya vienen con el chip integrado, por lo bien que comprenden y manejan las nuevas tecnologías. Otro  comentario que hacemos continuamente es que lo que ya no se aprendió en la niñez es muy difícil aprenderlo en la vida adulta o como dice el refrán “perro viejo no aprende trucos nuevos”. Comentario que suele convertirse en pretexto para evitar terminar cosas relacionadas con algún aprendizaje inconcluso en la juventud, como concluir la escuela, o para aprender algo nuevo. Pero ¿será realmente cierto  este refrán?

     Si bien es cierto que el cerebro de un niño es como una aspiradora sedienta de conocimiento que además hierve en creatividad. La investigación científica indica que no hay evidencia de que nuestra capacidad de aprender o de crear disminuya significativamente con la edad, hecho que se comprueba con la gran cantidad de personas adultas y de la tercera edad que se vuelven noticia por concluir una  licenciatura o por iniciar una actividad nueva en la cual destacan aunque no hayan tenido la formación o experiencia previa sobre la misma. Entonces ¿Por qué la mayoría de la gente dejamos de aprender al mismo ritmo que en nuestra juventud? ¿Por qué concebimos a la creatividad como una cualidad infantil o ligada a sólo ciertos individuos? Tal vez la respuesta se encuentre en el método que seguimos  para afrontar la vida más que a un efecto del envejecimiento o a una disminución de la capacidad creativa o de aprendizaje del cerebro humano.

A partir de nuestro nacimiento todo lo que experimentamos es nuevo, con base en  la exploración, rápidamente comenzamos a aprender sobre nuestro entorno y sobre nuestras capacidades. Este aprendizaje nos permite acumular la experiencia suficiente como para saber qué nos gusta, qué no nos gusta, a comunicarnos, a entender nuestro entorno, pero sobre todo a qué le debemos tener miedo. Cuando somos bebés tenemos tal curiosidad de experimentar el mundo con todos nuestros sentidos que todo lo que está al alcance es observado con detalle, tocado,  manipulado, agitado para ver qué sonidos hace y probado con la boca y lengua. A medida que crecemos, pronto llega el tiempo de poner a prueba nuestras propias capacidades. En esta etapa no entendemos el verdadero significado de una caída hasta que lo experimentamos, no importa cuántas veces o de qué forma se nos advierta sobre el peligro de trepar o de acercarse a las orillas, es hasta que caemos que adquirimos el miedo necesario para comenzar a explorar el mundo con más cautela.  Cuando llegamos a la adolescencia el cerebro sufre cambios que suprimen los miedos adquiridos durante la infancia, lo que nos vuelve temerarios y limita la capacidad para medir las consecuencias de nuestros actos, sin embargo esto nos permite explorar y poner a prueba los limites de nuestra independencia. Nos permite aprender lo necesario para definir quiénes somos y de qué somos capaces, cosa que no podría lograrse si estuviéramos muertos de miedo. Por eso es bien sabido que ésta es una etapa de riesgo, ya que el adolescente puede adquirir hábitos y costumbres peligrosas, autodestructivas, irresponsables o incluso destructivas. Por eso es importante el aprendizaje en torno a las consecuencias de las acciones, la empatía y nuestros límites y capacidades.

Las experiencias adquiridas durante esta etapa nos permiten comenzar a definir la forma en la que queremos vivir, nuestras actividades, la forma en la que nos relacionamos con la gente, cómo nos desenvolvemos en el mundo y nos preparan para entrar en la etapa en la que adquirimos los conocimientos necesarios para llegar a ser independientes y autosuficientes. Esto provoca que a medida que conocemos el mundo nos vamos haciendo cada vez más selectivos sobre el conocimiento y las experiencias que nos interesan aprender, de otra forma no tendríamos ni el tiempo ni la capacidad de experimentar todas las opciones posibles que nos ofrece nuestro entorno. De hecho cuando finalmente llegamos a la deseada meta de concluir la etapa de aprendizaje básico y de iniciar nuestra vida adulta e independiente, comenzamos aplicar lo aprendido. Conseguimos un trabajo y poco a poco pasamos de un esquema en el que el tiempo lo dividimos en aprender, divertirnos y dormir, a uno en el que trabajamos, nos dedicamos a nuestra familia, dormimos y en un menor grado nos divertimos.

Esto sucede porque a medida que envejecemos y definimos las cosas importantes de nuestra vida, surge la necesidad de estabilidad, nos volvemos especialistas en las cosas que hacemos rutinariamente, lo cual nos genera confianza y seguridad. La rutina nos permite entrar en una zona de confort, ya que no tenemos que esforzarnos demasiado ni tenemos mucho que arriesgar al hacer siempre las mismas cosas. Sin embargo esta seguridad tiene un costo, y ese costo es la disminución de la exposición a cosas nuevas y por lo tanto a nuevo aprendizaje y conocimiento. Aprender algo nuevo implica un gran esfuerzo en muchos sentidos; por un lado, al no tener la experiencia, iniciar una nueva actividad nos puede hacer parecer como poco aptos ante los demás, situación que nos es altamente incomoda. Por otro lado, la inversión inicial de tiempo y energía es muy alta y normalmente ya estamos acostumbrados a un cierto ritmo de trabajo y a obtener resultados con cierta facilidad. Esto provoca que cada vez nos sea más incomoda la idea de pensar en comenzar una actividad totalmente nueva, si a esto le sumamos que el esquema de producción actual busca el explotar al trabajador el mayor tiempo posible, el poco tiempo libre que nos queda lo terminamos utilizando para descansar de la larga jornada de trabajo y para entretenernos de la forma más sencilla, viendo la televisión, lo cual no implica ningún tipo de esfuerzo o gasto de energía, con ella no es necesario pensar ni intentar aprender o siquiera moverse, solo es necesario sentarse frente al aparato y buscar entre todas las posibilidades que ofrece para “salir de la rutina”. Nos permite fugarnos de la realidad de forma totalmente pasiva.
Este esquema de vida permite que conforme transcurre el tiempo nos sintamos más y más cómodos haciendo las mismas cosas y en consecuencia nos volvemos cada vez menos creativos. ¿Pero qué tiene que ver esto con la creatividad? La creatividad surge de ideas nuevas, el conocimiento nuevo genera ideas nuevas. Entonces no es sorprendente pensar que los conocimientos nuevos pueden potenciar nuestra creatividad. De niños somos enormemente creativos porque tenemos una gran cantidad de conocimientos nuevos que nos permiten expresar nuestra capacidad creativa al máximo. Cuando llegamos a la edad adulta el conocimiento adquirido en la juventud funciona como motor creativo, pero a medida que pasa el tiempo lo vamos explotando cada vez más. Vamos agotando nuestra materia prima y si no inyectamos nuevo material llega un momento que no se nos ocurre nada nuevo con lo que tenemos.

Por el contrario, cuando vivimos una nueva experiencia, como realizar un viaje a un lugar desconocido, leer un libro, intercambiar información con otras personas o realizar una actividad nueva, súbitamente nuestra creatividad se dispara. Comienzan a brotar ideas que nunca habíamos tenido, no importa el tema, pueden ser artísticas, sobre la forma en la que creemos que funciona el mundo, sobre como decorar la casa, recetas de cocina, etc. Este nuevo elemento, por pequeño que sea, sacude todo el conocimiento que tenemos y nos permite crear o pensar en cosas nuevas a partir de él. Un pequeño elemento distinto es capaz de disparar nuevas ideas porque en nuestro proceso creativo nuevamente usamos lo que ya sabemos pero desde una nueva perspectiva.

La disminución de la creatividad por la falta de nuevos conocimientos o experiencias es algo que le puede pasar a cualquiera, incluso a la gente que vive de su creatividad. Muchos músicos exitosos no vuelven a generar grandes éxitos a medida que su carrera avanza y si observamos su música puede llegar a perder calidad y provocar la jubilación prematura o puede mantener una calidad determinada pero sin llegar a tener el mismo éxito que en los días de juventud. Si nos fijamos en el historial musical de estos artistas vemos que con el tiempo crean un estilo y se vuelven especialistas en él, cada vez integran menos elementos nuevos, lo que les permite explotar al máximo una fórmula que les funcionó pero no les permite experimentar con cosas nuevas debido al riesgo que  implica que lo nuevo no funcione, pero como es bien sabido por la cultura popular, sin riesgo no hay ganancia. Por el contrario, aquellos artistas que agregan elementos nuevos a sus fórmulas viejas o que experimentan y se reinventan continuamente, suelen tener carreras muy largas con grandes éxitos a lo largo de toda su trayectoria profesional. Esos artistas también tienen grandes fracasos, pero la perseverancia les permite mantenerse vigentes a lo largo de varias generaciones. Incluso en muchas ocasiones su público original se mantiene sin cambios y con el tiempo deja de darle seguimiento al nuevo material, pero las nuevas generaciones los siguen con el mismo fervor que sus primeros seguidores.

Aprender o no aprender

¿De qué nos sirve aprender cosas nuevas y ser creativos en la edad adulta? Si bastante trabajo nos ha costado tener el máximo confort con el mínimo esfuerzo posible ¿porqué tendríamos que alterar ese precioso equilibrio? Existen razones médicas, relacionadas con disminuir los procesos de degeneración o envejecimiento cerebral natural o provocados por enfermedades como el Alzheimer. También hay motivaciones filosóficas o espirituales, relacionadas con nuestro destino cósmico de evolución continúa del ser. De superación personal, relacionadas con la tendencia a ser mejores cada día, simplemente por el gusto de serlo y como ejemplo a nuestros hijos y familiares. Pero mi justificación favorita es porque simplemente te permite ser más feliz. Al hablar de rutina automáticamente le damos una connotación negativa, esto ocurre porque a pesar de que nos da seguridad, estabilidad y nos hace más fácil nuestro tránsito por la vida, también la vuelve terriblemente aburrida. Evolucionamos en un entorno en donde las rutinas prácticamente no existían. Cada día, al salir de cacería, nos enfrentábamos a situaciones nuevas, algunas fatales, otras emocionantes y nuestra creatividad era una de nuestras herramientas básicas para sobrevivir en un medio ambiente impredecible y cambiante, por esta razón fueron los individuos más creativos los que sobrevivieron para heredarnos sus genes, y es por eso que el ser humano tiene la necesidad continua de ser creativo. Es sólo en el último segundo de nuestra existencia histórica que cambiamos drásticamente nuestro ambiente para hacerlo más predecible o controlable. Esto hace que las rutinas sean antinaturales y al no estar en nuestra naturaleza, lejos de proporcionarnos la felicidad que se supone que deberían proporcionarnos al hacer más fácil nuestra existencia, con el tiempo se vuelve una carga casi tan difícil de llevar como la lucha por la sobrevivencia.

Entonces ¿qué es mejor? Dejarnos envolver en la seguridad y estabilidad que nos proporciona el hacernos especialistas en una rutina determinada, a costa del aburrimiento y el hastío que provoca la falta de novedad y el mantener aletargada nuestra capacidad creativa, o ser espontáneos, al buscar nuevo conocimiento y actividades que nos permitan ejercer dicha capacidad. Resulta evidente que las condiciones actuales no nos permiten dejar por completo nuestro sistema de vida, pero en general contamos con algo de tiempo libre que podemos dedicar a vivir nuevas experiencias a través de la lectura, los viajes, las actividades físicas, recreativas y artísticas o a la convivencia en lugares públicos. El secreto se encuentra en hacer tantas actividades distintas como sea posible, no importa si se hacen en periodos de tiempo cortos, alternando fines de semana y vacaciones para realizar distintas actividades, o si se hacen sucesivamente, como en el caso de la lectura, en la que generalmente se concluye un libro para comenzar otro.

 Conclusiones

Al alternar nuestra rutina con actividades nuevas no sólo estamos expuestos a nuevo conocimiento, también podemos conocer gente y lugares que nos permiten vivir experiencias gratas, establecer nuevos vínculos sociales útiles en nuestro trabajo o en nuestra vida, compartir experiencias para enriquecer las nuestras. Es conveniente concluir que si adquirimos nuevas capacidades para tener una vida familiar más sana y, como efecto secundario, evitamos entrar en la típica dinámica de la rutina que perjudica las relaciones familiares y de pareja, sin duda esto nos permitirá disminuir los riesgos de enfermedades neurológicas o provocadas por estrés y nos permitirá superarnos día con día, pero sobre todo mejorará nuestra calidad de vida al disminuir nuestro hastío y aumentar la diversión, equilibrio clave para una vida feliz.

Articulo publicado en: La Hoja Verde, boletín ecológico pero iconoclasta. Año 17, Número 140 20/01/2012


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